domingo, 14 de diciembre de 2014

Devoción



 Una niña campesina con una vocación natural por el arco, busca ser instruida por el maestro del príncipe. Este, al escuchar la petición de la muchacha se echa a reír y despectivamente la aparta de su camino aniquilando toda esperanza, mientras le dice con arrogancia:

-       Yo soy el maestro de la realeza, y sólo enseño los secretos del arco al hijo del rey. Ahora vete de mi lado vasalla.

La niña, sin perder su entusiasmo ni la admiración que sentía hacia el célebre maestro, se marcha a su casa determinada a ser su alumno y aprender de él.

El tiempo pasó, y llegó la competencia de arco que desde antaño se venía celebrando cada diez años.

Al evento llegaban arqueros de todos los rincones del reino, incluso hasta de tierras extrajeras venían. Todos atraídos y ávidos por una sola cosa, llevarse el premio ganador: cien lingotes de oro grabados con las insignias del rey y, entregados por su mismísima majestad.  

Con miles de participantes la competencia duró meses. Las semanas pasaron, y uno por uno se fueron eliminando los arqueros hasta quedar los dos mejores.

En el último día de verano se dieron a conocer los dos finalistas. Uno de ellos era el hijo del rey, y el otro, una joven desconocida de la misma edad del príncipe.

Para la prueba final, que consistía en un recorrido improbable entre árboles y un denso sotobosque hasta alcanzar una diana oculta a la vista y, la cual se mecía con el viento colgada de una liana, estaban presentes el rey y todo su séquito. 

Entre la comitiva real se encontraba el maestro, altivo por la destreza de su aprendiz. Toda la corte aguardaba con ansias para completar las formalidades de la competencia y poder celebrar la victoria de su pupilo.

Llegó la hora. Ambos arqueros, con los ojos vendados como lo requería la prueba final, estaban en sus posiciones. El juez de marca hizo sonar su cuerno, y las dos flechas salieron volando.

Ambas flechas danzaban juntas en el aire, esquivando sinuosamente los arboles y las enredaderas. La audiencia entera estaba perpleja, y el jactancioso maestro se fue poniendo pálido bajo la mirada furiosa del rey.

Ante el asombro de todos y, a tan sólo metros de la diana,  en una maniobra insólita la flecha de la joven desconocida atraviesa la del príncipe, destrozándola en mil pedazos y dando en el blanco.

El rey salta impetuoso de su trono, a la vez que el maestro colérico e incrédulo interroga a la joven ganadora.

-       ¿Quién eres, y quién te ha enseñado mis trucos y secretos?

La joven respetuosamente responde:

-       Ud. Señor. Llevo diez años estudiando bajo su generosa tutela.

El rey lleno de ira por la respuesta de la joven, desenfunda su espada y la lleva al cuello del maestro. La guardia real lo arrodillan ante su majestad y éste le exige una aclaratoria.

-       ¿Explícame por qué me has traicionado a mi y a mi familia, humillando a mi hijo enfrente de todos?

-       Su señoría juro que nunca he visto a esta plebeya en mi vida, y que jamás  ha sido mi alumna. Sólo al príncipe le he enseñado mis secretos.

La joven viendo el peligro de la situación, interviene a fin de calmar el ambiente.

-       Su majestad permítame explicarle:

Cuando tenía apenas cinco años vi al maestro en el mercado de mi aldea. Su fama era legendaria, y yo siendo desde pequeña una amante del tiro con arco, me armé de valor y le pedí que me enseñara, naturalmente el se negó.

Pero esa tarde al llegar a mi casa, construí un altar en su nombre, y con barro esculpí una estatua a su imagen. Cada día por los próximos diez años le llevaba ofrendas: trigo, flores, y agua y, le pedía que me guiara en mi práctica y me revelara los secretos de su arte.

Dicho esto, la joven mira al rey directo a los ojos.

-       El no le miente ni yo tampoco. La verdad es esquiva, y ante la luz todos somos sombras.

El monarca bajó su espada. El príncipe abrazo a su contrincante. El maestro con la bendición del soberano, anunció la apertura de su nueva escuela gratuita para todos los aficionados al tiro con arco. Y el pueblo celebró el fin de una tradición secreta bailando y cantando durante nueve días... el conocimiento no tiene dueño.












No hay comentarios:

Publicar un comentario